- ¿Qué quieres? —irónicamente y con sensación de asco en el estómago…no daba crédito que lo tenía al frente—.
- O sea. Hola ¿Cómo estás? Yo estoy bien. Que bueno verte ahora, luego de tres meses y de muchas llamadas y mails ¿Los notaste? —definitivamente el sarcasmo estaba de moda, con una deslumbrante sonrisa y ojos aguamarina—.
- Bien por ti, yo estoy bien. Cuídate, adiós —terminé con una sonrisa incómoda y salí de su primer plano—.
Sólo quería encontrar a Roxana y salir de ese lugar. No soportaba su presencia, más que todo, por la incomodidad de tenerlo cerca en un espacio tan reducido. Demasiado incomodidad para soportar, y demasiado cinismo con el cual cargar para compartir un evento con él. Todavía no estaba capacitado para soportar a Alan y una plática de “aquí no sucedió mucho, hablemos de la vida”, sólo sabía que podría con él en un futuro no lejano…me conocía muy bien en ese aspecto.
Busqué entre los distintos grupos a mi amiga, pero parecía que la ansiedad me cegaba. Di algunas vueltas por las estancias del apartamento, rogando que él se hubiera mantenido en la terraza. Me percaté que alguien salía de una puerta.
- ¡Roxana, debemos irnos! —suplicando y con cara de aflicción—.
- ¿Qué pasó? —muy extrañada, voz de miedo—.
- Alan está aquí —me resigné ante la calma inminente para no causar escándalo en propiedad ajena —.
- No puede ser…Ya, invento algo y nos vamos al tiro. Espérame en la salida del departamento.
- Gracias.Me dejó en el umbral de ese pasillo y comenzó a buscar al festejado para inventarle quizás qué excusa: un familiar en la clínica, un gato en el veterinario, en fin, sólo deseaba salir de ahí. Decidí tomar algo para calmar los nervios presentes, así que en un acto fuera de todo protocolo, me dirigí a la cocina a husmear alguna muestra con grado alcohólico superior a veinte. Pasaba entre la gente con complaciente mirada, evitando chocar tanto los hombros con ellos por mi apuro camuflado tras mi expuesta dentadura.
Al fin encontré la cocina, en el mismo corredor que daba hacia la escapatoria de ese recinto. Entré y dejé centímetros de overtura en esa negra puerta. La estancia asimilaba tanta luz, por todos los tonos claros en muebles, cerámica, pintura e iluminación. Abrí el impecable refrigerador sin imanes alusivos a compañías de gases u comida rápida, y encontré una botella de sidra, seguramente un regalo para el cumpleañero. No dubité, y con mi mano izquierda la retiré del compartimiento sobre el cual residía. Sosteniéndola, busqué entre los cajones un sacacorchos. Buena fortuna al encontrar uno en el segundo compartimiento del estante. Unas maniobras más, y ya tenía la copa que encontré en el lavaplatos llena de un líquido ligeramente amarillo. Acerqué el borde del vaso al borde de mi boca, y tragué un poco. Delicioso tónico para este delirio.
La puerta de la cocina se abría y dejaba pasar una pequeña corriente de aire y a Alan, quien seguía sosteniendo su copa de vino tinto en la mano derecha.
- ¿Dónde te habías metido? —una mirada cómplice, mientras con su izquierda agarró la manilla dorada y cerró discretamente la puerta, para luego poner el seguro en la misma—.
- Sólo vine por algo para tomar. Ya me voy, de todos modos —la indiferencia total—.
- No permitiré eso sin antes…
Comenzó a caminar hasta quedar, en una nueva oportunidad, con nuestras caras a centímetros. Yo estaba quieto, sosteniendo mi trago, esperando su acción. Acercó más su boca, y me besó. No respondí ni a su gesto ni a su intento de provocarme la reacción.
Despegó sus labios de los míos, sonrío. Sus ojos destellaban, como los de un niño que comete una travesura.
- Te quiero y debes perdonarme —ahora la sinceridad está en boga, no podía negar que sonaba tan honesto—.
- No esperaba esto —perplejo, parecía que me hubieran quitado el alma en ese acercamiento. Tanto que no dije nada más por unos instantes—.
- ¿Te pasa algo? —preocupado, con sus cejas arrugadas y las pupilas grandes—.
- Pasa que… —alcé mi sidra y sonreí ampliamente, como la ocasión lo ameritaba—
quiero brindar.
- ¿Por qué vamos a brindar? —feliz y radiante como la cocina—.
- Brindo…porque no me pasa nada —estrellé mi copa sutilmente con la suya, escuché el chocar de los vidrios, lo miré fijamente y después tomé todo el líquido con rapidez, sin perder su vista de la mía—.
- ¿Ah? —ahora alguien más estaba perplejo y confuso—.
- Lo que oíste…no me pasa nada…contigo —volví a mostrar mis dientes con los labios curvados—.
- ¿Me vas a decir “adiós”? —incrédulo, con las cejas casi en los inicios de sus cabellos—.
- Yo sí digo adiós…Estiré el brazo izquierdo que sostenía la copa vacía, para dejarla sobre el mesón del lugar. Roté horizontalmente y pasé por el espacio entre Alan y un mueble, moví el dorado cerrojo de la manilla y abrí la puerta para cerrarla desde el otro lado. Levanté la vista y estaba Roxana esperando con rastros de angustia.
- ¿Está todo bien?- Todo bien, amiga. Todo bien —tranquila y concreta voz—.
- ¿Nos vamos? —aún inquieta—.
- Sí, al menos yo no tengo nada que hacer aquí —le tomé la mano que no sostenía la cartera, y entrelacé sus dedos con los míos—.
- Vámonos —ella relajó las facciones—.
Caminamos al ascensor y esperamos mientras este subía al piso 22.
- ¡No me despedí del cumpleañero! —sobresaltado, la miré—.
- No te preocupes, él es de lo más relajado. Aparte, ahora nos vamos “afligidos” a ver a tu tío en el hospital —soltó una carcajada contagiosa—.
- Me besó…en la cocina —tragué saliva para esperar un alegato por haberme dejado—.
- ¿Y?
- Nada, nada de nada.
- Alan es amigo del hermano del dueño del departamento.- Alan es amigo del estuco en la puerta de su auto —volvimos a reír—.
Avanzando desde el portal del edificio hasta la avenida, aún tomados de la mano para esperar al taxi que nos albergaba en esta fría noche.
- Te odio, me puse tacos por nada.
- Sí, igual noté te tiritaban las canillas —achicando los ojos y en tono burlón—.
- Desgraciado —otra risa más—.
Durante el trayecto, aparte de notar la cansada mirada del taxista, sólo daba vueltas a lo sucedido. Nada me ocurrió. ¿Superación completa? Al menos, una tajada de la torta lo suficientemente grande como para dejar satisfecho un estómago exigente. Sin duda, ejercía la consecuencia: tanto la socialmente aceptada, como la que me surgía. No sentía que estaba censurando algo, pues estaba tranquilo, le daría un par de vueltas más al asunto…pero volvería a la conclusión inicial y espontánea: Alan y yo no son nada. Mi bomba vuelve a latir sin exhalar un nombre.
- Damián, Damián, despierta —Roxana me agitaba con suavidad—
- ¿Me quedé dormido? —analizando el lugar en que me encontraba: apoyando la cabeza en la ventana de un taxi—.
- Sí. Oye, bájate. Estamos en tu casa.- Ya —me espabilé y agarré la manilla para abrir la puerta. Ya afuera del automóvil, me paré a un costado de este.
- ¿Quieres que me quedé contigo? —el viento me terminó de despertar y me percaté de lo preocupada cara de mi amiga desde dentro del vehículo—.
- No, gracias —le sonreí con ternura—
¿Cuánto salió el viaje?- Para ti: un almuerzo con comida china —a pesar de la opacidad de la noche, noté el cariño en sus ojos—.
- Gracias, Roxana. De verdad, muchas gracias —me incliné y le di el beso en su posicionada mejilla—.
- ¿Estarás bien?- Obvio, tengo a gente como tú y me tengo a mí. Sobreviviré…y viviré. Lo hago hace mucho —clavé mi vista en ella, sé que me cree, pero ahora debía reafírmalo—.
- Ya, entra a tu casa que hace mucho frío. Hablamos.
- Cuídate, hablamos.Ella cerró la puerta, transcurrieron un par de segundos y el auto arrancó. Mientras lo observaba alejarse por la calle, suspiré y murmuré con tranquilidad: “
viviré…lo hago hace mucho”. Sonreí y busqué las llaves de mi hogar.