- Te quedan cuatro segundos.- Te quiero ¿Me entiendes? Métetelo en la cabeza… ¡Te quiero!
Enmudecí. Ahí lo tenía, esa sincera frase en un grito que chocó contra mi cara. Durante todo este período, siempre ví demasiado remota la posibilidad de que ocurriera este momento, sobretodo, porque él no estaba en mi vida hasta su odiosa llamada.
No podía negarlo, en los minutos de su visita, mi corazón bombeo tanta sangre que la energía era la misma para un maratón. Por más que sepulté su mal recuerdo, su presencia y el ósculo hurtado en mi cocina procedieron con su exhumación express. Lo seguía queriendo. No amando, eso si se perdió…pero la combustión para que volviera a encender esa flama no era imposible, tampoco lejana.
No quería mentir más. Ya lo hice censurando mis latidos mientras estuve con él. Hoy, no quería volver a hacerlo. No debería hacérselo fácil, no debería hacérmelo difícil.
- ¿Por qué hoy? Aún no me contestas eso ¡Dímelo! —ya era una súplica digna de un templo—.
- Necesitaba determinación. Conocer qué ocurría en tu vida, saber si podía tener un lugar importante en tu persona. La lluvia fue una buena señal. Compré las rosas, el chicle de sandía y cigarros…y llegué hasta acá —su pícara sonrisa volvía en enseñarme sus dientes—
- ¿Qué te hace creer que puedes tener un lugar importante en mí? —bajaba mis barreras, pero tampoco de sopetón—.
- Tus respuestas y tus reacciones…reacciones como esta.
Se desacomodó, se levantó y camino hacia mí. Sus tres pasos parecieron una escena lenta donde me percataba cómo se curvaban sus cejas y su sonrisa se ampliaba. Apoyó sus manos en los extensos y cilíndricos brazos del sillón, el trono que residía a este monarca frente a este nuevo ataque. Y comenzó a inclinar su postura hacia mí.
Su rostro, una vez más, a centímetros del mío. La sombra no me permitió notar el color de esa mirada, pero su brillo activo la percepción de hermosura. No más mentira. No más censura. No más. Mi brazo derecho dejó de rodear mi pierna y pasó por atrás de su cuello, subió por su huera cabellera hasta la nuca, ahí lo empujé hacia mi boca.
Nos fundimos en ese tacto. De pronto, todo se calló. Ya no podía escuchar el sonido de nuestros labios, mucho menos la lluvia. Sólo escuchaba con fuerza como el boom boom retumbaba en mi cuerpo.
Nos separamos y él se volvió a enderezar, mi extremidad en su cabeza ahora estaba en mi rodilla izquierda. Me observaba con aún más travesura. Creo que me contagió. Puse mis manos a los costados de la pretina angosta de su pantalón. Volví a poner mis pies en el piso, estaba en tierra firme, con una capa de hielo que cada vez se derretía más rápido. Separe un poco mis piernas y le di una fugaz mirada cómplice. Se escapó un mix de brevísima risita con suspiro. Me erguí tirando de su pantalón y, con nuestras estructuras pegadas por segunda vez, le ofrecí un coqueto topón.
Mi mano izquierda se entrelazó con la suya. Comencé a caminar hacia la escalera, invitándolo por esta reciente unión a que siguiera mis pasos. El ambiente seguía silencioso, siquiera el agudo rechinar de las maderas de la escalera oí. Entramos a mi cuarto. Volteé y lo despojé de su impermeable negro. Levantó los brazos y así saqué el chaleco y la polera blanca que traía debajo. Su torso descubierto, al igual que mis pasiones. Obviamente, no era la primera vez que lo veía, pero ahora me fijaba en cada azaroso lunar y sus escasos vellos. Volví a emocionarme al notar sus amplios brazos.
Él colaboró. Pisó con un pie el otro, para quitarse el calzado. Unos calcetines negros con unos contrastantes rombos verde tocaron el suelo de la habitación. Desabroché su cinturón…jeans fuera. Volvimos a besarnos. Ahí estaba mi caramelo, apetecible y en bóxer oscuro. Su rostro combinaba felicidad con pillería.
Fue su turno, me despojó de un tirón de la camiseta. Segundos después yo también modelaba mi ropa interior en mi sinuosa y estilizada corporalidad. Y en ese silencio, nos ubicábamos, en una nueva oportunidad, en las sábanas arrugadas de mi cama.
(continuará)








