sábado, junio 28, 2008

En un frío despertar (9na parte)

- Te quedan cuatro segundos.
- Te quiero ¿Me entiendes? Métetelo en la cabeza… ¡Te quiero!


Enmudecí. Ahí lo tenía, esa sincera frase en un grito que chocó contra mi cara. Durante todo este período, siempre ví demasiado remota la posibilidad de que ocurriera este momento, sobretodo, porque él no estaba en mi vida hasta su odiosa llamada.

No podía negarlo, en los minutos de su visita, mi corazón bombeo tanta sangre que la energía era la misma para un maratón. Por más que sepulté su mal recuerdo, su presencia y el ósculo hurtado en mi cocina procedieron con su exhumación express. Lo seguía queriendo. No amando, eso si se perdió…pero la combustión para que volviera a encender esa flama no era imposible, tampoco lejana.

No quería mentir más. Ya lo hice censurando mis latidos mientras estuve con él. Hoy, no quería volver a hacerlo. No debería hacérselo fácil, no debería hacérmelo difícil.

- ¿Por qué hoy? Aún no me contestas eso ¡Dímelo! —ya era una súplica digna de un templo—.
- Necesitaba determinación. Conocer qué ocurría en tu vida, saber si podía tener un lugar importante en tu persona. La lluvia fue una buena señal. Compré las rosas, el chicle de sandía y cigarros…y llegué hasta acá —su pícara sonrisa volvía en enseñarme sus dientes—
- ¿Qué te hace creer que puedes tener un lugar importante en mí? —bajaba mis barreras, pero tampoco de sopetón—.
- Tus respuestas y tus reacciones…reacciones como esta.

Se desacomodó, se levantó y camino hacia mí. Sus tres pasos parecieron una escena lenta donde me percataba cómo se curvaban sus cejas y su sonrisa se ampliaba. Apoyó sus manos en los extensos y cilíndricos brazos del sillón, el trono que residía a este monarca frente a este nuevo ataque. Y comenzó a inclinar su postura hacia mí.

Su rostro, una vez más, a centímetros del mío. La sombra no me permitió notar el color de esa mirada, pero su brillo activo la percepción de hermosura. No más mentira. No más censura. No más. Mi brazo derecho dejó de rodear mi pierna y pasó por atrás de su cuello, subió por su huera cabellera hasta la nuca, ahí lo empujé hacia mi boca.

Nos fundimos en ese tacto. De pronto, todo se calló. Ya no podía escuchar el sonido de nuestros labios, mucho menos la lluvia. Sólo escuchaba con fuerza como el boom boom retumbaba en mi cuerpo.

Nos separamos y él se volvió a enderezar, mi extremidad en su cabeza ahora estaba en mi rodilla izquierda. Me observaba con aún más travesura. Creo que me contagió. Puse mis manos a los costados de la pretina angosta de su pantalón. Volví a poner mis pies en el piso, estaba en tierra firme, con una capa de hielo que cada vez se derretía más rápido. Separe un poco mis piernas y le di una fugaz mirada cómplice. Se escapó un mix de brevísima risita con suspiro. Me erguí tirando de su pantalón y, con nuestras estructuras pegadas por segunda vez, le ofrecí un coqueto topón.

Mi mano izquierda se entrelazó con la suya. Comencé a caminar hacia la escalera, invitándolo por esta reciente unión a que siguiera mis pasos. El ambiente seguía silencioso, siquiera el agudo rechinar de las maderas de la escalera oí. Entramos a mi cuarto. Volteé y lo despojé de su impermeable negro. Levantó los brazos y así saqué el chaleco y la polera blanca que traía debajo. Su torso descubierto, al igual que mis pasiones. Obviamente, no era la primera vez que lo veía, pero ahora me fijaba en cada azaroso lunar y sus escasos vellos. Volví a emocionarme al notar sus amplios brazos.

Él colaboró. Pisó con un pie el otro, para quitarse el calzado. Unos calcetines negros con unos contrastantes rombos verde tocaron el suelo de la habitación. Desabroché su cinturón…jeans fuera. Volvimos a besarnos. Ahí estaba mi caramelo, apetecible y en bóxer oscuro. Su rostro combinaba felicidad con pillería.

Fue su turno, me despojó de un tirón de la camiseta. Segundos después yo también modelaba mi ropa interior en mi sinuosa y estilizada corporalidad. Y en ese silencio, nos ubicábamos, en una nueva oportunidad, en las sábanas arrugadas de mi cama.

(continuará)

miércoles, junio 25, 2008

En un frío despertar (8va parte)

El sonar del teléfono nos tenía atentos hacia esa lustrosa pared amarilla donde colgaba el aparato. Me miró y esbozó una mueca de suposición; seguramente creía que era mi última conquista la que llamaba. Desfilé hacia el ruido, contesté con miedo. Lo reconozco, también pensé que podía ser aquel visitante que me entretuvo por un tiempo. Pero, sabía que él llamaba a mi celular y no al número de mi casa. Tal vez mi madre o alguna promoción con algún decadente personaje televisivo.

- ¿Aló?
- ¿Damián?
- Sí…
—tomé algunas parte del segundo para reconocer quién era, y lo hice—.
- Pasé por fuera de tu casa, vi un auto como el de ese tipo.
- Mmm, está aquí
—con un dejo de sorpresa y risita nerviosa—.
- ¿¡Qué mierda hace en tu casa!? —impactada, como yo en los primeros instantes de la visita—.
- ¡Dile a esa perra que deje de meterse en tu vida! —de un segundo a otro, él residía a mi lado con el ceño fruncido—.
- Ese maraco es tan nefasto, no te hace bien —su voz calmada y reflexiva dominó—.
- Amiga, estoy bien. Te llamo luego —no permitiría que los humos ahogaran mis planes de conversación pacífica—.

Corté. Lo enfrenté con la mirada, la lluvia amainó en mis pupilas. Lo ordené a sentarse, lo dije tres veces, aumentando el volumen. Seguía con la frente arrugada y los labios rectos. El color volvía a parecerme estancado. Giró su cabeza y caminó hasta el sillón azul a tono con la pintura de la sala. Se inclinó en un ángulo agudo, dejando sus manos entrelazadas al centro del vacío entre sus rodillas. Yo me senté en el sitial a su oeste, subiendo mis pies fundados en chillonas calcetas de polar turquesa hasta el asiento, pegando mis rodillas al pecho y mis brazos rodeando las piernas. Tenía frío, ahí recordé que la vestimenta de camiseta ancha y plomiza usada no era lo mejor para pasear por el gélido primer piso de mi hogar.

Mi cara delataba que no era un buen momento, esto era reconfortante después de realizada la tensa acción. Aquí iba mi acción, en mi impávida impresión. Tragué saliva y tomé el aire con exageración, suspire y volví a tomar aire. Saqué mi enfoque de mis rodillas y él estaba en el centro de mi teleobjetivo. Abrí mi boca y comencé a lanzar los mísiles. Sería sincero, ya el sufrimiento y sentirse preparado para una cuota más de dolor era el incienso que aromatizaba mi ser.

- ¿No sé qué haces aquí? Mira, es simple, y tú lo sabes. No eres estúpido, te diste cuenta. Yo rompí una de las reglas del juego, yo me enamoré de ti… —a pesar de tiritar por dentro, la superficie firme— …a pesar de tu trato frío, a pesar de ser sólo compañeros para un polvo emocionante los días de la semana… me sentía conectado a ti. Tus mensajes y tus correos, tus caras galantes y tiernas cuando cenábamos por ahí. De eso, de eso yo no pude hacer caso omiso. Me provocabas tantas cosas, tú y tus palabras. Me sentí tan valorado e importante para ti. No pude negarme a sentir por eso. No pude negarme a responder de la forma que me nacía. Pero siempre, siempre con el eslogan: “es sólo diversión”. Todo me lo cuestionaba, a pesar de ser una relación “abierta”. Ninguno mantuvo más parejas mientras estuvimos juntos; o al menos…eso creía yo. Aquel sábado, cuando te encontré con aquel sujeto en el parque, era un período donde buscaba el coraje para ofrecerte algo serio y si tu respuesta era negativa, cortar “nuestro juego” y buscar algo serio.
- Pero por qué…
—su rostro lánguido con mi confesión—
- No me interrumpas… esto es lo que te puedo ofrecer. Por eso es que me alejé, me sentí más usado de lo que tú fuiste por mí. Porque yo estaba enamorado y sufriendo, tú algo enganchado y disfrutando. Sólo me veías por la noche, nunca me viste destrozado cuestionando mi engañoso corazón con mis amigos; nunca me preguntaste “¿te sucede algo?”, excepto cuando no encendía mis motores en alguna cama. Te mostré mi mundo lo suficiente para que entendieras el gran lugar que te habías ganado…Y sí, seguí sufriendo por ti y por mi estúpida reacción. Todo hubiera tenido el punto final deseado si te lo hubiera dicho, pero… no te lo merecías. Y sí, es cierto, mi ex anduvo rondando, pero yo le aclaré que mis afectos ya tenían un líder, y no pasó más allá de un beso robado en la despedida de un encuentro en un café.
- Jamás pensé…
- ¿Jamás pensaste que sentía cosas tan fuertes por ti? Pues manda a afinar tu percepción. El asunto, es que te superé. ¿Para qué mentir? Alimenta tu ego si te da la gana, pero no fuiste fácil de olvidar. Y no te descargues con la gente que sí sostuvo mi mano por tu impacto en mi vida, ellos se incumben porque les importo y yo se los permito. Sobretodo ella, quien fue capaz de gritarte todo lo que yo siquiera fui capaz de murmurarte. Tú estás en el pasado, por mi bien, lo estás. Así que llévate esa nueva invitación a jugar
—terminé, respiré y cayó una sorpresiva lágrima de mi ojo derecho—.
- El juego era así, sin compromiso. Todo esto, lo supuse cuando te alejaste y comencé a atar cabos. Luego, con los dardos de tu amiga, lo confirmé. Fue injusto, al menos deberías haber contestado un mail por mi insistencia y mi búsqueda. Fuiste atento, cariñoso y gracioso conmigo. Eso me mantuvo enganchado casi todo el tiempo. Pero, apareció alguien realmente tentador y lo probé, porque no estábamos en nada muy serio. Me arrepentí pues aparecías en mi mente tan seguido. Sin embargo, me enteré de lo de tu ex, así que concluí que tú sí respetabas el trato de tener la libertad para ver a más gente. De este modo, seguí con ese chico que terminé por desechar —por su tono tan invariable mostraba que ya todo estada pisado—.
- ¿Por mí? —era costoso procesar que sí tuve ese grado de importancia en su persona—
- Te busqué y me aburrí. Pensé que ya perdí mi oportunidad, sólo lamentarme y continuar, pero no pude de la forma que yo imaginé… —su postura, cambió de sensibilizada a la pícara— Te sigo queriendo, te sigo deseando y hoy decidí volver a buscarte.

Me sugestioné, encontré brillo en sus ojos. Sí, si pudiera arrancar mis sentimientos que llevan su nombre en estos momentos, sería tan fuerte y tan pálido como las nubes por encima del techo de la casa. Sin despegar mi blanco, volví a arremeter.

- Tienes diez segundos para decirme qué cresta haces aquí.
- La invitación a jugar es de mi carta, hace ocho meses atrás. Hoy las cosas son diferentes.

(continuará)

sábado, junio 21, 2008

En un frío despertar (7ta parte)

Haberme dado media vuelta, dejarme caer en él e insertar otra ficha en este juego donde se desatan los corceles de la fogosidad. Dar crédito a sus palabras y a mis ganas de justificar con algo más que sueño el desorden de las sábanas de la cama. Pero no. El pago de sus letras es moroso, por lo cual debía mantener cerrado el acceso para adquirir algo en esta tienda. A pesar de lo que quería, no quería negociar siquiera un pagaré.

Sin voltearme, di un fuerte tirón provocando que soltara mi antebrazo. El movimiento provocó que cayeran dos gotas de mi lluvia más que dieron con el piso. Avancé. Bajé por la escalera, doblé por el sentido izquierdo y entré al baño. Cerré con pestillo y me senté en el WC. A pesar del continuo y presente ruido del extractor del lugar, donde la cerámica en tonos claros intentaba transmitir pulcritud, aún podía sentir que la intensidad del aguacero exterior había aumentado, al igual que mi propia tormenta.

¿Por qué provocaba esto en mí? Lo odiaba, me odiaba. Sí, al fin confirmaba esa teoría a la que tuve vulnerable fe. Sí, me quería. Era capaz de escribirlo y de manifestarlo. ¿Dónde quedaba yo? Quizás debería comerme estos meses de intentar olvidarlo, de evadirlo y de sobrellevar un recuerdo que me dañaba; salir del baño y permitir que todo comenzará de nuevo. Un detalle: yo no deseo volver a quemarme. Sollocé con impotencia y percaté que mi pantalón comenzaba a tener más marcas de agua salada.

Inspiré, intentando calmarme. Decidí lo que haría.

Apoyándome en el lavamanos, me puse frente al espejo, mirando ese vidrio con vidriosos ojos… esto era exactamente lo que obtenía de él y era exactamente lo que volvía a ofrecerme cuando no me veía. Mis párpados bien extendidos, ocultando la leve hinchazón y las diminutas venas rojizas de mi mirar; mis mejillas marcadas por el sendero de mis chubascos; mi nariz dilatada y conteniendo la mucosidad. Tomé un poco de papel desechable, me soné y mojé mi rostro. Arreglé un poco mi cabello, sequé mis manos y mis facciones. Volví a voltear y quite el picaporte de esa blanca puerta.

Regresé a la ubicación de la escalera y él estaba sentado en un sillón del living contemplando una foto donde salía púber junto a mis hermanos. Ahora la seriedad de su figura es superior a la que poseía en mi alcoba. Sus manos tomadas, recostadas en el vértice de sus rodillas. Separa sus falanges y arroja algo a mis pies, mientras yo miro el desplazamiento del objeto que termina por caer cerca de mis pantuflas marrones. Increpando con dureza y un suspiro sarcástico, señala: “veo que no la pasaste mal anoche”. Recién ahí explotó su granada. Era un envoltorio cuadrado de un delgado cartón azul profundo, roto en uno de sus lados… el envase de un condón.

- Estaba sacando mi fotografía de la basura, cuando hallé eso.
- Es que… —no encontraba las palabras para responder, no justificaba del todo su molestia porque supiera que me había acostado con otro— aguarda un puto momento… —la determinación volvió a instalarse— Primero, no soy tu pareja…—jamás pensé que tendría valor para emitirlo con un tono tan potente— segundo, tú no eres ningún soldado que se fue a la guerra con el que acordé mantener votos de celibato en su ausencia. Dime, y mírame fijamente cuando lo hagas ¿Con cuántos te haz metido durante todo este tiempo? Te aseguro que tu lista debe triplicar la mía —ahí se acabó mi respiro—.
- ¿Qué clase de bestia crees que soy? —subiendo el tono, ahora sí se olía el aroma a discusión en la sala—.
- Ninguna bestia, no te da para eso. Pero sabemos que en tus entretenimientos los participantes rotan. A ver, ten la valentía de contestar mi pregunta —asimilando su tono—.
- No te entiendo, realmente no lo hago. No importa el número que te diga, no me creerás. Como tampoco creerás que estoy aquí porque me importas —en esa ‘ese’, su voz cayó e incrustó su aguamarina y lustrosa vista en la mía—
- Yo…

Nuevamente, ambos inmóviles desde nuestra posición con los brazos caídos. Nuevamente, no continué la oración. Nuevamente debatía la forma de mi argumento. Nuevamente sentí apetitos de dejarme caer en él. Nuevamente creía en su discurso. Nuevamente volví a escuchar el teléfono.

(continuará)

miércoles, junio 18, 2008

En un frío despertar (6ta parte)

Suspenso. Miedo. Suspenso mientras por acto reflejo ambas manos desplegaban aquel papel. Una carilla de una hoja de cuaderno. Quizás todas mis conclusiones se alterarían y perderían validez personal en unas líneas de tinta negra. Quizás todo se haría aún más claro y tendría al fin la valentía para despojarle el gran trozo de mi ser que él se llevó alguna vez.

Todo parecía irreal. Él me miraba con una seriedad, que me dejaba perplejo. Creo que nunca lo vi así, de hecho, si no lo conociera, pensaría que está molesto. Quería que leyera su explicación. Quería limpiar su imagen. La reina de todas las dudas volvió a saludar desde su trono: ¿Me quería?

- ¿La leerás o te quedarás contemplándola atónito? —noté que no era el único ansioso en esta habitación—.
- ¿Cuándo escribiste esto? —un hilo de voz se coló por mi garganta—.
- Cuando dejaste de contestar mis llamadas.

Le creí. Mis ojos enfocados desde la primera línea, la fecha… 28 de octubre de 2007.

No sé qué te ocurrió. Tu celular suena y suena, ninguna respuesta de mis mails, de mis mensajes. No te he pillado siquiera en internet. Sé que no estás muerto, supe por una antipática niña amiga tuya que “estabas bien y que no te buscara más”. Me podrías explicar ¿Qué mierda ocurrió? Donde está el punto para entender el por qué de tu desaparición.

Por tu cara de reacción del sábado pasado y la posterior carta, sé que no te pareció verme junto a aquel chico en ese parque. No te mentiré, no es un primo, ni un amigo con poca relevancia. Es un tipo con el que tuve un par de encuentros (sí, mientras estuve contigo). Pero, bastante insignificantes comparados con los nuestros.

No entiendo tu reacción, no estábamos comprometidos. Lo nuestro era una “relación abierta”, jamás lo hablamos, pero yo pensé que así se entendió desde el primer momento en que terminamos en ese rancio motel. Yo no quería compromiso, eso es algo que tú conocías.

Pero, me encanta tu presencia, tu aroma y tu gracia. Me gusta que me llames, que me hagas reír y que estés atento a lo que me pasa. Como decía en tu carta: “en este juego el fuego comenzó a quemarme más de la cuenta”. Sin embargo, ambos aceptamos ese fuego. Aparte, me había enterado de rumores de los cuales sospechaba: todos murmuraban que habías vuelto con tu ex.

Por favor, con esto sólo apagas la chispa de todo esto. Sabemos que lo pasamos bien juntos. Con eso basta de momento, y sé que por tus caras, a ti también te basta. Volvamos a jugar.

Sí, sabes que te quiero.


Leer la firma con sus dos iniciales y las dos lágrimas que cayeron sincronizadas manchando los muslos del pantalón celeste de mi pijama, rompieron la tensa quietud del ambiente. Este maldito ambiente. Jugar, querer, jugar, querer, jugar, querer. Eran los únicos conceptos que practicaban ping pong en mi cabeza. Derramé dos pares de lágrimas más. No me importaba el hecho de que no me contuve el llanto, no me importaba conocer que estaba mostrando debilidad, no me importaba que prometí que él jamás volvería a verme llorar.

- “Sabes que te quiero” —murmuré con dificultad e ironía—.
- Lo sabes —permanecía sentado, con una preocupada mirada, sin hacer nada, pero preocupado—.

Mantenía mi húmeda visión en el papel. Seguí los pliegues y lo volví a dejar como lo recibí. Lo dejé en el centro de la cama nuevamente. Me tiré el pelo hacia atrás con una mano, me paré y levanté la cabeza sin verlo. Caminaba los cuatros pasos hacia la salida de la pieza, estaba ahí cuando sentí como una de sus ásperas palmas me agarró de mi muñeca derecha.

(continuará)

sábado, junio 14, 2008

En un frío despertar (5ta parte)

Rápidamente me sequé los intentos de lágrimas. Unos pasos más y él entró a la pieza.

- ¿Qué te sucede? —mantenía la misma expresión de incógnita con la cual lo abandoné abajo—.
- “¿Qué te sucede?” ¿Es lo más inteligente que se te ocurre decir? —volvía a increparlo con tonito arrogante—.

Y desde el umbral de la puerta de mi alcoba, dejo de mirarme y sus ojos recorrieron todo el lugar. Se detuvo en el escritorio. Notó algo y se acercó.

- Pensé que encontraría con dardos esta fotografía —su maliciosa sonrisa volvía a extenderse—.
- Te equivocas tanto en lo que piensas.

Yo seguía mirándolo, seguía esperando que hablara seriamente. Realmente aún me tenía atónito su visita y su presencia en mi cuarto. Pero no podía quedarme ahí, expectante; necesitaba entender el por qué de toda esta situación. Más que nunca, todas las preguntas que me hecho en este último tiempo urgían por una respuesta de él.

Mientras, se mantenía travieso observando su retrato, me paré y se lo quite de las manos. La arrojé con gracia hacia el basurero bajo un estante inferior del mueble. “Ahí es donde hace mucho debió estar”. La pena motivó una rabia espumosa. Lo hubiese golpeado y destrozado frente a su rostro la bendita fotografía, pero mi paciencia actuaba como la barra de cordura ad hoc. Y él ahí, inmutable con sus dientes amplios.

Volvió a acercar nuestras distancias. Volvió a clavar sus coquetos ojos en los míos. Volvió a escucharse su voz en mi territorio. Su dedo índice presionaba una de mis sienes y señaló: “tal vez la fotografía está en el basurero; pero sé que todavía estoy aquí”. Esa era la incómoda verdad que sólo mi diario de vida conocía de mi puño y letra.

Siguiendo la tónica, sus labios alcanzaron los míos. No respondí. Nada en mí lo hacía como debiese. Me tomó con cariño la mano derecha y entrelazó sus dedos con los míos. Terminó de robarme ese beso con un toque a sandía, pareció eterno. Permanecíamos con nuestras pupilas enfocando el mismo objetivo.

- ¿Me puedes decir a qué mierda viniste? —una baja y exasperada exhalación se coló con esas palabras—.
- Vine porque quería tenerte así —sus ojos cambiaron los míos por nuestras manos tomadas—.
- Pues ya cumpliste con ese deseo —separé aquella unión— Es hora que cumpla con el mío…siéntate.

Alabada dignidad y astucia volvían a manejar mi sistema nervioso. Él se sentó a los pies del colchón y miraba la alborotada ropa de cama. Seguramente evocaba pasionales momentos en cada estampado lineal de esas telas azules. Deslizó su mano a lo largo, como si friccionara contra el cubrecama. Levantó la vista y me ubicó en la cabecera. Yo estaba de brazos cruzados mientras mantenía un pie tocando el piso, como si ese fuera mi racional cable a tierra. No dejaría que el cóctel de hormonas y sentimentalismos volviera a embriagarme.

A pesar de mi postura, estaba ansioso. En mi mente se mezclaban tantas cosas, y todo se ejecutaba con una taquicardia orgánica. Pensar en prioridades era un chiste. En este instante, las jerarquías de los tópicos prófugas ¿Por dónde empezar? Debatía si por los estragos que causó (hasta hoy) su paso en mi vida o pedir explicaciones de su repentina desaparición. Si comenzar por aceptar mi culpa al entrar en su nocivo juego o reprocharle su presencia en mi casa teniendo entendido que ya estaba en una estable relación. Pero en esta juguera, entraba un nuevo ingrediente: los ocho meses transcurridos desde la última vez que nos enrollamos con mis sábanas, y desde que descubrí que no era el único participante.

Pero, sería espontáneo. No tenía mucho que perder, sólo la supuesta y esperada desaparición total de su existencia. Por mi parte, ganaba el placer de la confesión con el sacerdote indicado.

Comenzaba a articular mi primera palabra cuando me hizo un gesto para que me detuviera. “Antes de que hables, tengo algo que esperas más que esta conversación”. Muy serio, no sé si intentaba agradarme o realmente así lo sentía. Saca una hoja bastante doblada del bolsillo de su pantalón y la deposita al centro de la cama. Obligado a separar mis brazos, uno tuvo que acercarla hasta que percaté que era su caligrafía. “Esa es la respuesta a tu carta y la explicación a lo que viste aquella tarde”.

(continuará)

martes, junio 10, 2008

En un frío despertar (4ta parte)

Así me tenía, aferrado a su mundo por el brazo en mi cintura. Mis ojos se incrustaron en los de él. Era el momento que secretamente tanto había deseado y que públicamente había repudiado. Siquiera se me permitió pensar más cuando él rompió la distancia de nuestras facciones. Instintivamente cerré mis párpados y abrí mi boca…una vez más comenzaba este juego.

Sentía como mis hormonas tiraban los fuegos pirotécnicos y mi calor comenzó a subir. Podía notar que él me acompañaba en esta alza. Lo único que desentonaba era la húmeda lluvia que se sentía caer en el techo de la cocina y las prendas en nuestros cuerpos.

Seguimos con este baile, así su siguiente movimiento fue tomar con ternura mi nuca. Un escalofrío me abatió cuando sentí que sus dedos se revolvían con mis mechas castañas. Yo fui más sagaz. Mis manos subieron ese sweater y la polera que se escondía debajo, dejando su dermis desnuda, para así comenzar a palpar por ella hacia arriba.

Nerón pasó y nos incendió, así toda nuestra arquitectura de grandes columnas y firmeza ardía como Roma lo hizo alguna vez. Sus besos eran cada vez más intensos y la adrenalina se producía tan rápido que siquiera alcanza a asimilar lo que ocurría. Sentía que perdía el equilibrio. Su humanidad y sus labios seguían pegada a la mía de espalda arqueada. Saqué una mano de su torso y comencé a buscar en que apoyarme. Tanteaba cuando golpeteé con torpeza y segundo después escuché un estruendo en las baldosas plomizas del piso.

Abrí los ojos, nos despegamos y ubiqué mi mirada al piso. El florero se encontraba roto en decenas de pedazos encima de una poza de agua en la cual las rosas esparcidas hacían presión. Ahí recién percaté que el oxígeno volvía a inundar de golpe mis pulmones. Lo miré: su mirada de travieso sólo era superada por la sonrisa de este mismo tipo.

- Las rosas sólo eran una excusa —con mi cara increpando y un tono de decepción—.
- Fue mi intento de romanticismo —su hoguera interna se hizo presente en su rostro— Sabías que terminaríamos en esto, déjame adelantar esta parte.
- Tienes tanta razón. Terminaré lo que empezaste
—ahora mi complicidad se me manifestaba—.

Me acerqué a él. Mi mano izquierda ascendió y mi dedo índice comenzó a recorrer sus labios cerrados. La otra subió un poco y de un tirón le bajé las prendas que subí. Un áspero “hay cosas que nunca cambian” salió de mi salivada lengua. Di un pasó al lado y salí de la cocina. Un gran signo de interrogación se tatuó en su rostro. Estaba al tanto que seguía mi figura con su vista. Iba llegando a la escalera cuando su voz cruzó el comedor y el living.

- ¿Adónde vas?
- A colgar el teléfono. Limpia y recoge tu “romántico” regalo.


No lo miré. No lo deseaba. Subí la escalera y atravesé el pequeño pasillo hasta llegar a mi habitación. Entré, tomé el auricular que estaba sobre ese negro escritorio y lo llevé a mi oreja para escuchar el supuesto sonido de la fibra óptica para indicar que el otro cortó. Pero, se escuchaba un vacío con unos lejanos y confusos ruidos. Escuché algunos momentos más tratando de resolver lo que oía; mientras miraba las fotos que tenía ubicada en la pared: yo pequeño, mi hermano, una difunta mascota, dibujos y significativos recortes. Cuando noté que debajo de un postal, se filtraba la esquina de un rectángulo. Acerqué la otra mano y tiré aquel papel que me inquietó. Era otra fotografía, una de él riendo en un pub. Siquiera recordaba que la ocultaba ahí. Moví mi cabeza en señal de desaprobación.

Me sentía tan estúpido por todo lo que sucedió, lo que recién había pasado y tener sujetado el teléfono intentando codificar ese ruido sólo aportaba a mi cuota de imbecilidad. Iba a cortar cuando percibí un “escuchaba tu respiración y vine para oírla en vivo”. Ubiqué el auricular donde correspondía con furia. Me senté en mi cama y el peso de todo hacía brillar mis ojos.
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Un crujido de madera distante me indicó que él venía por la escalera.

(continuará)

domingo, junio 08, 2008

En un frío despertar (3ra parte)

La respiración. La respiración. Mi respiración se aceleraba. Pero no podía ceder tan fácil, no podía dejar que unas palabras de disculpas y un ramo de rosas ensangrentadas fuera el free pass hacia mi persona. El knock knock seguía. Con mis índices sincronizados me sequé las gotas que comenzaban a filtrarse por mis córneas. Tomé un gran respiro, mi tórax y ego hinchados como un globo, un pequeño alfiler me destrozaría en cualquier instante. Mi mano derecha agarraba nuevamente esa manilla dorada y esa puerta volvió a abrirse.

- ¿Terminaste de fumar? —mi mirada maliciosa y mi arrogante tono entraban en acción—.
- Sí, de hecho ahora, sí es que no lo notas, estoy masticando chicle de sandía. Sé que te encanta —sus ojos intentaban ser lazos con mi bondad ocultada—.
- Pasa.
- Que cortés
—su percudida sonrisa trataba seducir—.

Cerré la puerta con ambas manos, para presionar esa antigua madera inflada por la humedad ambiental de un día lluvioso. Volví a llenar mis pulmones y giré. Ahí estaba él, con su largo impermeable negro que discurría gotas de agua que se marcaban en el cubre pisos, esperando que mi vista lo inspeccionara como una cámara de vigilancia. Y cumplí con ese deseo.

Seguía como pretendía no recordarlo. Su larga y maciza figura de veinteañero, no era una barra de fibra, tampoco una de manteca… un cuerpo y musculatura bastante común para un hedonista de temporadas estivales. Sus piernas largas y rechonchas, de muslos amplios y delgadas pantorrillas. Sus bíceps gruesos, de algo que sirviera acarrear todos los días pesados maletines ejecutivos realizando ejecutivos trámites. Su espalda algo ensanchada, al igual que los sutiles rollizos que se armaban a los costados de su tronco. Todo cubierto por un jeans azul marino, oscuros zapatos casuales y un clásico chaleco amarillo oscuro. Su cara ovalada, de amplios dientes parejos por la adolescente ortodoncia. Sus ojos de ese color que jamás me atreví a descifrar, aguamarina algunas veces, agua estancada otras. Con esas rectas cejas, que combinaban con el carácter de los ojos: códigos que debía interpretar. Para coronar con un cabello rubio opacado por la contaminación de las partículas en suspensión como de partículas colorantes para seguir alguna convicción en algún juvenil momento.

Definitivamente, era un caramelo que ya había probado y que seguía luciendo apetecible.

Terminé mi escaneo y sus pupilas estaban dilatadas, intentaban coincidir a la altura de las mías. Extendió su brazo y me ofreció los rojizos botones en flor. “Esto es para ti” retumbó en mi interior como el golpeteo en la puerta. Ahora era yo quién curvaba las cejas y los labios. Cogí el ramo y caminé veloz hacia la cocina. Sí, no podía disimular del todo el nerviosismo, aunque poco valiera la pena.

Encontré entre los estantes, aparte de muchos recipientes plásticos y fuentes para ensaladas, un florero muy simple: de forma rectangular y cerámica blanca. Lo llené de agua y coloqué el inicio de los tallos en él. Ahora, que no estaba él mirando, cerré los ojos y volví a respirar, esta vez con los pétalos al borde mi nariz. Olían a una fría brisa, como la de un costero balneario, sin embargo, era algo distinto. Algo olía a él, olían a su perfume. Podía sentir su cuello cerca. Cuando, un susurro de su grave voz asaltó mi oído izquierdo: “hermosas ¿No crees?”.
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Ese fue el alfiler que reventó con mi respiración. Abrí los ojos y sentí como un brazo rodeaba mi cintura, y de una maniobra audaz, sólo centímetros separaban nuestros rostros.

(continuará)

miércoles, junio 04, 2008

En un frío despertar (2da parte)

Su sonrisa cómplice se extendía de mejilla a mejilla. Yo aún con la mano incrustada en la manilla de la puerta, parado ahí sin moverme, mi cuerpo como si fuera un auto aparcado. Pasaban los segundos. Hasta que mi congelado rostro revivió y noté el profundo rojizo de las rosas que tenía agarradas con su mano, cuyos botones apuntaban hacia mi rodilla. Siquiera pensé más, mi brazo agarró la puerta y de un tirón la cerré con fuerza. Mis manos ahora agarraban mis sienes y revolvieron como un leve espasmo mi cabellera. Jamás pensaría que aparecería así, de hecho, siquiera pensaba cómo lo haría cuando llegara el momento.

Escuché el golpe de su mano en aquellas tablas. Era rítmico, como el sonido del teléfono que me despertó.

- Ábreme, si no te ves tan feo con esa ropa —ahora, la mano cambiaba el knock knock por una artesanal cigarrera—.
- Vete. No diré “por favor, hazlo”, es una orden: vete ahora.
- Mira, es sencillo, termino este cigarro, me dejas entrar, pones estas lindas flores en un recipiente con agua y veremos qué ocurre entre nosotros.
- Tú sabes que nos separa algo más que esta puerta.

Me giré con determinación, aunque no estaba seguro de lo que hacía. Desfilé hacia la cocina, tome un gran vaso plástico y lo llené de agua. La tomaba creyendo que era el tónico que me daría el consejo preciso. No lo hizo.

Sabía que él aún continuaba en el umbral de mi puerta, intentado disfrutar su cigarro a pesar de la lluvia. Sabía que continuaba con esa sonrisa que le atravesaba el rostro a pesar de que casi la madera le quiebra la nariz. Sabía que él estaba al tanto de yo estaba asustado a pesar de mostrar mi ceño fruncido.

Realice lo más cuerdo hasta el momento: cogí una silla del comedor y me senté. Contrario a la puerta y mirando la pared. Era como un fantasma, al cual a contar hasta diez con los ojos cerrados desaparecería. Y el miedo fue tal, que el conteo mental llegó hasta veintitrés. Habrían pasado como 3 minutos desde que la brisa provocada por el brusco cierre de la puerta desordenó una punta del mantel de la mesa del comedor.

Fue extraño. Sentí que ya no estaba al otro lado. Para cerciorarme, entre las cortinas de la ventana ubique mis estratégicos ojos mirando la entrada de la casa. Lo único que ubiqué de él fue la colilla del cigarro que fumó en el piso. No era corta. Pensé que se aburrió de esperar, de mí y del cigarro.

Me acerqué a la puerta, nuevamente. Me puse frente a ella y lamenté mi reacción. De verdad, quería que entrara, pero “dignidad” aparecía con luces de neón en mi mente. Me acerqué un poco más y apoyé las palmas y antebrazos en ese roble barnizado. Sentía que la lluvia comenzaría a presentarse en mi rostro, cuando un knock knock me espabiló.

(continuará)